Cuenta La leyenda

 

Tiempo atrás, el sabio de sabios, después de meditar por mucho tiempo acerca de lo divino y lo humano, de lo grande y lo chico, de lo cerca y lo lejos, decidió, ya que no existía nadie más sabio que él, que podía ser capaz de experimentar todo lo que hacía que la vida fuera vida y anunció a los cuatro vientos que se dedicaría a recorrer el mundo para probarlo todo. Así lo hizo. Probó lo que las demás personas ya habían vivido y le dio una nueva definición a cada experiencia que iba teniendo.

Cuando volvió, las personas comenzaron a hacerle todo tipo de preguntas, a ver si podían hacerlo dudar o sorprender. Nada. Cada pregunta tenía una respuesta perfecta con la que nadie podía discutir. Después de un buen rato, el sabio comenzó a aburrirse así que retó a que alguien le llevara algo que él no hubiera probado. Si eso pasaba, llenaría de riqueza a quien lo hiciera.

Al otro día, encontró tres recipientes frente a su puerta: uno con peces, otro con una fruta grande que parecía un corazón lleno de espinas y otro con un fruto pequeño y redondo de cascara dura. Junto a ellos, una nota que le pedía probar uno cada día. El hombre obedeció y al tercer día una hermosa mujer se presentó frente a él.

– ¿Tienes algo que decirme?, pregunto ella.

– Me equivoque, no lo he probado todo, contesto sorprendido el sabio.

– No sé cómo describir lo que me has dado y por eso quiero cumplir mi palabra dándote riquezas que nunca imaginaste.

– Gracias, pero no necesito nada más. Lo que acabaste de probar son tres de mis tesoros más preciados; la Guanábana, el Mangostino y la Tilapia y te los di para demostrarte que siempre es posible sorprenderse con lo que la tierra y el agua nos pueden dar.

– Es cierto, pero antes de que te vayas, ¿puedes decirme tu nombre?

– Natturale, dijo ella.